Los días domingos son, en lo personal, un día de soledad. Es el día de Kramer (padre e hijo). Aprovecho, entonces, de amononar y limpiar mi casa, mi patio, mi calle.
Pero este domingo recién pasado tomé la bicicleta de mi hijo para visitar a mis viejos. Eso implica cruzar Curicó prácticamente, desde El Boldo hasta la Huaiquillo. Hacía mucho tiempo que no realizaba esta práctica, pues generalmente son el colectivo y la micro mis medios de transporte.
Desde mi bicicleta pude apreciar, con tristeza, con rabia y asombro la poca (o nada) conciencia de quienes habitan nuestra ciudad, particularmente después de una “Fiesta” de la Vendimia. Un chiquero es más entendible, pues los animales –suponemos- no tienen criterio e inteligencia. Basura por todos lados, un olor indescriptible. Para qué decir los rincones, utilizados como urinarios... ¡una vergüenza!
Si bien es cierto que la nula o poca iluminación facilita, entre otras cosas, un encuentro amoroso, también es factor preponderante en los asaltos, atracos, cogoteos, delincuencia al fin y al cabo. Tuve que parar en muchas esquinas (para respetar la señalización del tránsito) prácticamente a oscuras, con el riesgo que apareciera algún sujeto desconocido. Caí en varios hoyos por no ver la calle... en fin, toda una odisea.
Desconozco quiénes son los responsables de fiscalizar ambas situaciones, supongo que la Municipalidad.
Pero, en concreto, son los habitantes quienes deben actuar a conciencia... ¿serán así sus casas?, me preguntaba esa noche. De todas formas fue un paseo grato, cumplí mi objetivo, compartí con mi madre (mi padre trabajaba a esa hora), hice ejercicio, disfruté el aire, el paisaje y la tranquilidad. Sólo mi anatomía posterior se resintió un poco... tendrá que ir acostumbrándose no más (¡sale mucho más barato!).