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Una Historia con sabor a Rangers

30 Octubre 2018

En la previa del cumpleaños 116 del Rojinegro, comparto con ustedes una historia que mezcla fantasía con realidad, y una alta dosis de amor por nuestros colores.

Juan José Alfaro >
authenticated user Corresponsal

Minuto 87

¿Quién será la víctima este domingo? me preguntaba mientras cruzaba el viejo y pesado portón de fierro forjado del ingreso de galería del Estadio Fiscal de Talca. El sol se parecía a Marte aquella tarde, nunca he estado en Marte, pero así lo imagino, inclemente, tan rojo como un trozo de nuestra camiseta. Tenía mis manos grasosas de tanto aplicarme bloqueador, no había playa, ni bikinis, sino que miles de soñadores, algunos arropados en sus canas, otros apenas dando sus primeros pasos, a pocos conozco personalmente, pero parecemos una familia, mi familia, la de apellido Rojo y Negro. Tomé toda el agua que pude antes de descender por la interminable escalera de la galería, compré por 100 pesos una precaria visera de cartón “pa´ la sombra” como voceaba un viejo vendedor de equipamiento pasional ataviado de un delantal blanco y una persistente sonrisa, por las buenas ventas de la jornada.

Los viejos tablones del Fiscal habían tenido un mejor pasado, alguna vez emergieron rectos desde una barraca, hoy se retorcían en una especie de vaivén silencioso, pero no importaba, el amor por Rangers era más grande que cualquier incomodidad. Presencié uno que otro porrazo por una tabla que se partía de angustia, yo había desarrollado una agudeza visual para encontrar la mejor ubicación posible, aunque en realidad era la ubicación que sucedía a una victoria, si había un mal resultado me cambiaba de lugar buscando un mejor presente. Saludé a la distancia a un viejo amigo de tantas jornadas, tan ensimismado que me desconcentré del todo, situación aprovechada por un viejo clavo oxidado para rasgar mi pantalón, esta vez la víctima era yo, eso me pasó por reírme de mi primo la semana pasada cuando sufrió la misma afrenta.

La radio se transforma en una extensión de la cancha, los primeros bosquejos de lo que veremos sobre el gramado se cuela por todos lados, se amplifica como la pólvora de esos fuegos artificiales que estallan apenas los quijotes con la erre en el pecho emergen desde las entrañas del Fiscal empujados por un trampolín de aplausos, de banderas que se mecen como una coreografiada poesía, siento que el cielo se debe parecer a este instante, todo es bello, todo es mío y no es nadie, esto es Rangers gritan a los lejos, mientras recuerdo que mi abuelo se habría emocionado hasta un poco más que yo.

(...)

Los ojos me comienzan a punzar, no sé si es por el bloqueador solar o por los recuerdos que se me atascan en la memoria, por esas derrotas que me tenían una semana sin hablar, por esas victorias en que ponía al mundo a pensar en Rangers, por ese descenso que me laceraba el alma, por ese ascenso que me hacía correr por las calles de Talca. Sé que naciste después, pero Talca sin Rangers sería una ciudad más, y Rangers sin Talca no tendría apellido, son aves de un mismo nido.

De la nada, él “guatón Meneses” que estaba sentado unos tablones más abajo, desenfundó su gigantesca humanidad; ya de pie, engoló su voz con un tono apitillado para espetar, “señor juez, su justicia tiene mi mundo al revés”, la carcajada es generalizada en la galería, mi compañero de asiento se llegó a atragantar con las maravillas que comía, mientras una señora de anteojos rosa se tapaba la boca para disimular su risa. Sobre el pasto se retorcía de dolor el 11 de Rangers, el ariete piducano había golpeado con su pecho, a criterio del árbitro, el zapato del defensor santiaguino, siga, siga, gesticulaba el de negro, mientras el estadio subía aún más de temperatura. Mi papá me relataba la historia de un gol en posición de adelanto que nos mandó a los potreros, ni la justicia arbitral ni la deportiva han sido generosas con Rangers, el fútbol está en deuda con el Rojinegro, el guatón Meneses se había transformado en mi nuevo héroe.

Mi boca se secaba un poco por deshidratación y otro poco por ese gol que no llegaba, que se resistía a nacer, el nueve era “tan falso” que ni él mismo sabía de su existencia.

(...)

Pegado a la reja había un niño de unos cinco años, que enfundado en su camiseta rojinegra se comienza a enamorar de nuestros colores, me veo reflejado en él, casi puedo sentir la mano de mi padre caminando juntos por las gradas del estadio, cada uno con su carnet de socio de tapas rojas e insignia dorada, yo y ese niño heredamos lo mismo, pero de distintos padres.

El flaco Figueroa pareció cargar el turbo de sus zapatos, emprendió una rápida huida por la banda izquierda, el seis de Santiago Morning lo intenta cruzar, pero su sablazo hace un hoyo en el pasto y el flaco prosigue en su aventura, hasta que se encuentra con el lateral derecho que lo espera de pie, como un toro que busca embestir a su presa. Figueroa se detiene ante la incredulidad del público, lo mira fijo a los ojos y en un tris engancha para su izquierda, lo único que ve ahora el defensa es el número en la espalda de su camiseta. Con el camino despejado hacia el área, el flaco avanza sin freno, hasta que aparece de la nada, el robusto central derecho para expulsarlo de su casa, pie en ristre embiste al esmirriado delantero que parece desplumarse en el área, el juez no duda, nosotros tampoco, es penal!, es penal!, gritamos a coro.

Luego de los abrazos entre los jugadores se armó un conciábulo para definir quién se haría cargo de la victoria, quién tenía facha de héroe, quién correría hacía nosotros a dedicarnos el gol, quién sería embestido del título de figura de la cancha, quién no podría salir a la calle si lo erraba.

(...)

Un frío helado recorrió mi piel cuando veo que el nueve, sí, el mismo que no había tocado la pelota en todo el partido se puso detrás del balón, silencio sepulcral, miradas al cielo, plegarias furtivas y una alta dosis de paciencia antecedían al pitazo del de negro. Me resistía a mirar, no quería devolverme a casa con la novela equivocada, esa de final triste, de sueño coartado, de rubor engripado. Besó la pelota como quien besa a un hijo en su frente, tiró la camiseta de uno y otro lado de sus hombros, miró a un costado, respiró profundo y escogió su presa como si oliera su sangre, retrocedió un par de pasos, hasta que el silbato gritó acción. El balón salió disparado al costado derecho del arco norte, el portero se movió en sentido contrario, todo Talca gritó gol, las copas del éxtasis se llenaron de vino, los abrazos se encendieron como un volcán, fiesta interminable en la alameda, el Rio Claro florecía como si fuese un  mar, y el viejo vendedor de helados arremolinaba por los aires su mercadería, la alegría fue su única ganancia del día, era el minuto 87, un minuto que pareció durar mil años.

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