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Mensaje: La voz de Dios se

Mensaje: La voz de Dios se hizo profunda. --El vivir del hombre es mucho más profundo y magnífico que su obrar. Muchas veces obra sin maldad alguna. ¿Por qué crees--siguió diciendo al joven--que yo lo creé? Lee los libros sagrados, en ellos encontrarás más de una explicación. Yo he amado al ser humano, y, a veces, más de lo que debía, porque es mucho lo que se equivoca. Además, no olvides que el bien y el mal están en él, así como su conversión, porque si no, dejaría de ser humano. El joven creyó entender lo que había dicho su Dios, y quedó dormido en el regazo del amor, del amor de Dios y en el deseo de amar, de amar a los demás. --A ver si el ser humano sabe quién soy, de una vez para todas: soy el Dios de todos, pero no para todo. Dejé que el ser humano supiera vivir con todo lo que le he ido dando. Dios sonrió, no dijo nada más, pues se cansó de sus propias palabras y de la incomprensión del hombre.Dios, pensó que es magnífico que haya en la Tierra hombres capaces de pensar y de decir lo que dice el viejo. --Bueno, al menos, tengo a alguien en quien descansar, y no solamente en los santos, algunos de los cuales, lo tengo que decir, no siempre son capaces de acercarse a la humanidad del viejo. También me tranquiliza que el joven le escuche, aunque no siempre comprenda todo lo que dice. Ya lo entenderá y, aunque no llegara a entender todo lo que dice el viejo, no me importa. No importan tanto las palabras, lo que más importa es cómo se dice. Algo así como cuando yo hablaba a las multitudes, a unos y a otros. Mis palabras no siempre fueron oídas. Pero abrí las mentes, mostrando como el devenir de la vida de cada uno no depende solamente de uno mismo, ni tan siquiera de mí; pues si así fuera, dejaría de ser Dios para los humanos, y no pretendo quedarme solo, sin ellos. Dios calló, pues creía que había dicho demasiado de una sola vez. --¡Qué consciente es Dios! --exclamaron las estrellas. Dios, en su silenciosa caridad, hubiera querido decir al joven y al viejo: ?No sufráis, porque aquí me encontraréis. No os angustiéis. ¿No sabéis que soy el Dios de la paz, conocedor de que todo lo que ocurre, y que, si lo conozco, es que así debe ser? ¿Por qué la angustia del hombre llega a cubrir las montañas, como la lava del volcán?? Dios elevó su mirada a los astros, mientras pensaba en todo ello y exclamó: --¡Es que el hombre no puede dejar de ser lo que es! Es imposible que su espiritualidad pueda ser mayor de la que es. El hombre debería descansar en su espíritu. Yo, como Dios, puedo anular las angustias y los sufrimientos, pero, ¿qué quedaría del ser humano? Si ahora ya es poco, entonces quedaría en nada. ¿Y yo, como Dios, qué podría significar para él? Si así fuera, el hombre no sabría orar, lo cual es la esencia de sí mismo. No sabría ni podría amar, que es lo que le dignifica. ¿Qué hubiera significado la relación de todo lo que he creado? La naturaleza estaría huérfana de tantos afanes y súplicas. Que el hombre no se queje de mí, porque para algo estoy. Habiendo dicho esto, su mirada rozó el infinito del firmamento, y se sintió agradecido de que existiera, y también el hombre en él. Los vientos exclamaron: --¡Aleluya! Las vírgenes: --¡Así sea! Y los hombres: --¡Así tuvo que ser! --Eso ocurre--dijo el buen Dios--, porque me desconocéis. No solamente tú, que me escuchas, sino también los santos, los mártires y las madres en su gestación. Solamente los niños pueden no sorprenderse de lo que digo. Para eso los hice niños: son el milagro de mi divinidad. Además ellos nunca me han pedido nada, y por eso pueden recibir todo lo que les he dado: su infancia. Si el hombre supiera convertirse en una infancia espiritual, no serían tantos sus misterios, no deberían alcanzar las alturas. Se darían cuenta de que la tierra está más cerca que la oscuridad del firmamento, donde dicen que estoy Yo. --Si los hombres no me pueden dejar solo, yo tampoco les dejo, aunque lo parezca, a veces. --Y con el mismo descaro siguió diciendo--: no soy la nodriza de nadie. La mujer que engendra no es la nodriza del infante. Dios es más consciente que la madre. Con amor, llega a acercarse a la historia del niño. Es así de cierto. ¿Para qué preguntar a unos y a otros? Dejemos que los que creen en mí estén tranquilos con estas afirmaciones sencillas, pues yo soy la sal del alimento de la vida. Aunque algunas personas no sepan alimentarse del espíritu de Dios. Si no respondo, ya responderé, a cada uno, en el despertar a la muerte. La vida no es demasiado larga. Si no me creéis, preguntárselo al viejo. Aunque muriera muy viejo, la vida no se le hizo muy larga. Me lo dijo a mí, que escuché sus últimas palabras. Amén. Pensó que Dios guardaba prolongados silencios, pero que cuando decía, a quién fuera, sus palabras, éstas resonaban en el desierto: eran ?todo? un eco a su divinidad. Es una pena que los hombres ?no? oyeran, ni tan siquiera tal eco. ?Su? sordera era el vaticinio de todo aquello que el hombre no es capaz de escuchar. Las montañas son más beatíficas, pues ellas reciben el beneplácito de Dios. ¡Lo que le cuesta al hombre, que necesita recibirlas! El joven habló con el riachuelo, recordando al viejo, a quien tanto había admirado, y dijo: --Cuando hablamos de Dios o pensamos en Él, estamos recordando los sermones de nuestros abuelos. Ellos sí que sabían cosas de Dios. Cuando hablaban de Él, se sentían reconfortados. Sus palabras eran fértiles, como la simiente del campo. Cuando hablaban de Dios dulcificaban su vejez y los pesares de amores pasados. El riachuelo dijo al joven: --¡Ves como Dios no es solamente una fábula! Es tan real como el manantial. El pájaro del campo, revoloteando, oyó al riachuelo y añadió: --Sí, aunque haya tanta miseria, tanta maldad, tanto descalabro, Dios no puede hacer nada, porque dejó a los hombres que padecieran sus propias equivocaciones, sus desatinos, sus amores ocultos, la ilusión de querer ser como Él. Dijo el joven: --Dios, es la plenitud del espíritu de la sabiduría. No puede soportar Él solo los pesares de los hombres. [email protected] [email protected]

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