Chile necesita un nuevo orden político que no sea el orden neoliberal

31 Octubre 2012
La institucionalidad, la pérdida de significación en el mundo contemporáneo y la separación que hay entre la política partidaria y el movimiento social son aspectos que configuran una situación muy complicada respecto de la calidad de la política en Chile.
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Manuel Antonio Garretón, Sociólogo. Académico de la Facultad de Ciencias Sociales de la U. DE Chile

En el mes de septiembre se realizó la Cumbre Social por un nuevo Chile, espacio en el cual se habló de la necesidad de una Asamblea Constituyente y Nueva Constitución, como un primer paso de articulación general de los movimientos ciudadanos y de mejoramiento de la institucionalidad democrática en el país.

1.- ¿Cómo evalúa Ud. la calidad de la política en Chile?

La calidad de la política está marcada en el mundo, por tres grandes cuestiones. La primera es la desvalorización, la perdida de significado y vaciamiento de la política que dice relación, por lo menos en los países de América Latina, con la transformación colectiva, la manera de enfrentar problemas que tienen que ver con la vida cotidiana, pero también con la pertenencia y proyecto de país. Es decir, donde ha existido una relación entre subjetividad y política se ha pasado a un mundo en el cual "esta política" pierde importancia y significado, quedando entregada a la actividad solamente de un grupo que sería la "clase política", que pareciera girar en torno a si misma. Esta desvinculación estructural que existe en el mundo, en la medida que los procesos de globalización y procesos económicos que atraviesan a los países donde pareciera que los poderes fácticos son los que toman las decisiones.

Un segundo elemento es que la institucionalidad de la política chilena es lejos la peor de América Latina, es la menos democrática porque consagra básicamente la idea que "gobierna la minoría". Es decir, la minoría tiene derecho a veto en el Parlamento, ya sea porque se transforma en mayoría o empate a través del sistema binominal o por el sistema de quórums. De tal modo que las cuestiones centrales que el país necesita no se pueden resolver por el empate político que se reproduce en todas las instituciones. La gente piensa que el voto no tiene mayor interés, que para qué se va a votar porque se sabe los que serán elegidos. La institucionalidad chilena va en el mismo sentido de las tendencias anotadas anteriormente, pero las profundiza en esta idea que la política es algo especializado para algunos y que no sirve para organizar el país, lo que se explica porque no rige la ley de la mayoría, sino que es la minoría, que expresa fundamentalmente el proyecto socioeconómico de la dictadura, la que ejerce el poder de veto.

Y la tercera cuestión tiene que ver con que, particularmente en Chile, los partidos políticos fueron el modo principal de expresión del movimiento social. Esto se ha roto. Las movilizaciones de 2006 y 2011 implicaron una ruptura entre lo político y lo social.

La institucionalidad, la pérdida de significación en el mundo contemporáneo y la separación que hay entre la política partidaria y el movimiento social son aspectos que configuran una situación muy complicada respecto de la calidad de la política en Chile.

2.- ¿Cómo se pueden reformular las relaciones entre lo político y lo social?

La fórmula clásica es que el sistema de partidos expresaba al conjunto de la sociedad, y los movimientos sociales encontraban su espacio en el mundo de la política -basta ver al movimiento sindical, al estudiantil, el campesino- esa es una relación que se rompió y no se vuelve a restablecer de la misma manera. Hoy día, para la construcción de mayorías políticas, no basta con los acuerdos de las elites de grupos políticos y de partidos políticos por buenos progresistas que sean, ya que no dan cuenta de lo social.

Estamos en presencia de un proceso, probablemente a largo plazo, que es la reconstrucción de un movimiento sociopolítico como lo fue la Concertación, la Unidad Popular y la Democracia Cristiana, que no fueron sólo partidos políticos, sino que sujetos sociopolíticos encargados de grandes tareas y de transformación de la sociedad. Hoy día ese sujeto sociopolítico tendrá que contar con partidos y el ideal es que estos se reestructuren. Por lo tanto, es estrictamente necesario un nuevo sistema electoral, de tipo proporcional, que asegure que los partidos tendrán que diversificarse y dar una mayor oferta. En consecuencia, es vital la refundación partidaria, pero el actual sistema institucional no lo permite.

También es necesaria la presencia de los movimientos sociales por sí mismos, porque ya no se van a representar únicamente a través de los partidos. Los movimientos sociales, por si mismos no pueden gobernar una sociedad, tampoco puede ser sólo la oposición, porque cuando ellos son el único y principal actor de la vida política, es que hay una anomalía y están dando cuenta de un momento de ruptura, para luego volver a reconstituir una relación entre ambos, donde debe surgir el diálogo. No hay mejor camino, para el caso de Chile, que el proceso Constituyente.

Todos los países reconstituyeron las relaciones entre lo político y lo social después de una o dos dictaduras a través de procesos Constituyentes. Lo hizo Brasil, España, Argentina, entre otros. Chile necesita un nuevo orden político que permita un cambio económico y social que no sea el orden neoliberal, para eso no hay otra forma que una Nueva Constitución que sea realmente democrática.

Este proceso significa que el pueblo, en el caso concreto de Chile, se manifiesta a favor de una Asamblea Constituyente a través de un plebiscito y tiene que ver con la fórmula propuesta que en las próximas elecciones presidenciales haya una Urna plebiscitaria en que se le pregunte a la ciudadanía si quiere, o no, una Asamblea Constituyente. Ese plebiscito, en el caso de ser aprobado, debiese dar origen a una ley que genere una Asamblea Constituyente, en un tiempo acotado y que propone una Nueva Constitución la que posteriormente debe ser refrendada.

Esta fórmula permite dar una Constitución democrática a un país que no la tiene, porque no es legítima en su origen y no lo es en su contenido y ejercicio. Se le usa de manera instrumental porque es lo único que está a la mano.

3.- ¿Existe un momento propicio para hablar de Asamblea Constituyente? ¿Por qué?

El momento propicio va a depender de la correlación de fuerzas, que haya mayoría y que estén de acuerdo. Llevamos 20 años en que no podemos cambiar el sistema electoral y para la reforma a la Constitución se demoraron 15 años.

Los tratados internacionales firmados por Chile nos hacen preguntar ¿Por qué no se vuelve al soberano que es el pueblo? Creo que en forma ordenada e institucional es posible hacer una reforma constitucional que permita al país decidir si quiere o no un proceso constituyente. Es el momento, al menos, de plantear el debate y no de silenciarlo, ni de descalificarlo.