Delincuencia, seguridad ciudadana... palabras "claves" en esta fiebre modernizadora de los países en vías de desarrollo. ¿Pero qué podríamos realmente hacer, para vivir mejor y más tranquilos?
Titulo Exterior:
Seguridad ciudadana, espacios públicos e identidad
Delincuencia, seguridad ciudadana... palabras "claves" en esta fiebre modernizadora de los países en vías de desarrollo. ¿Pero qué podríamos realmente hacer, para vivir mejor y más tranquilos?
Miedo, inseguridad... son palabras conocidas en estos días. Al menos las he escuchado varias veces de un tiempo hasta ahora. ¿Qué pasa en nuestro país, o mejor dicho en las
“ciudades” de nuestro país?. Sí, porque en los campos no son tan habituales, o al menos no tienen el mismo significado.
En la ciudad el miedo es a “vivir”, a ser asaltado, asesinado, secuestrado. Tratamos de arreglar el problema con panderetas más altas, alarmas, perros feroces, y más alarmas y más seguros y más trampas, pero sigue en la colectividad la misma sensación y a pesar de toda la inversión en “seguridad” el miedo persiste igual…
En el campo parece ser distinto, las personas temen al invierno; a la cesantía; a que se arruine la siembra; a que no haya cosechas… Pero miedo a los “otros”, a los robos, la violencia… no parecen ser los problemas de fondo. Y es que es claro, en los campos de nuestro país aún existe “solidaridad”, confianza, respeto y más que todo y quizás lo más importante:
conocimiento de ese otro. Existen
“relaciones humanas” fundadas en la reciprocidad de cada acto cotidiano. Las personas se conocen; los vecinos se saludan en las calles; los hijos van a la misma escuela – en ocasiones porque también es la única escuela en muchos kilómetros y todos los niños se devuelven juntos al final de la jornada caminando por el barro varias horas hasta sus casas -; las familias se intercambian los alimentos que siembran por aquellos que no poseen y se genera así una instancia de reciprocidad verdadera que podíamos definir como el
“don”, o sea la:
obligación de dar, la obligación de recibir y más importante aún: la obligación de devolver. Esa es la base de la “sociabilización”. Yo te doy algo, tú lo recibes como propio y cuándo yo necesite de ti, tú me devuelves la mano… Yo asumo tu entrega como un regalo, lo acepto y cuando luego tú, necesites de mí, yo vuelvo a entregarte mi mano. Así se crea el círculo de hermandad entre los sujetos y se asegura con ello, el bienestar de toda la comunidad. Existen dificultades, claro está, como en todos los territorios, pero se duerme tranquilo y se vive de forma sencilla.
Cuando se rompe esa instancia básica de sociabilización, cuando dejamos de dar, de recibir y de devolver, ahí se rompe la cadena de la solidaridad y la fraternidad y de golpe nos encontramos con una sociedad “moderna”, llena de ruidos, de asaltos, de indiferencias, de licencias médicas por estrés, de inseguridades, de desigualdades, de miedos…
Escucho en las noticias las ideas “brillantes y notables” de que los vecinos deben conocerse.> ¿En qué momento dejamos de ser humanos y nos transformamos en autómatas de una sociedad a la cual no le importa lo que le sucede al que está al lado y en la cual el “conocerse” es una medida desesperada para evitar más asaltos, en vez de ser simplemente la base de todo?
Nuestros espacios públicos (plazas, sedes sociales, multicanchas,) están botados, olvidados, sucios y sólo acrecientan más la sensación de que nada bueno se crea en ellos. Pero conozco vecinos y vecinas que ya se los han tomado. Que arreglan sus plazas, plantan flores, construyen con los niños murales y comparten las tardes de primavera y verano de nuestro caluroso paisaje, bajo la brisa fresca de los árboles que ello/as mismos riegan, y en los días lluviosos de invierno se reúnen en sedes sociales, escuelas, clubes deportivos. La delincuencia disminuyó; los jóvenes comparten espacios antes vetados para ellos; la prostitución clandestina ya no se tranza frente a los niños que juegan en las calles luego de la escuela; la drogadicción es un tema que se “habla” y los más pequeños – y por suerte también los adultos - comprenden que el problema de fondo no es la drogadicción, no son las drogas las que se deben atacar,
se debe atacar la “desesperanza”, la desigualdad, la falta de oportunidades.Eso se hace al recuperar nuestros espacios públicos; al conocer a nuestra gente, a los que están al lado y también a los que están un poco más allá.
Se crea nueva identidad ciudadana fundada en el cariño, las relaciones humanas, el conocimiento mutuo.Quizás en los campos chilenos se esté perdiendo la idiosincrasia de la fraternidad criolla, en gran medida, producto de la avalancha modernizadora de las grandes urbes.
Por eso mismo es más urgente replantear nuestra identidad como ciudadanos y ciudadanas y frenar un poco este mal que ya contaminó otros territorios. Hagámonos cargo de nuestros errores y comencemos por saludarnos en las calles, agradecer los signos de afecto y preocupación; llevemos a los niños y niñas a las plazas, no ensuciemos las veredas, mirémonos de frente y ver si algún día, podemos mirarnos sin miedo.