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Enseñanzas de mujeres indígenas para la nueva normalidad

23 Julio 2020

Dos mujeres indígenas en Colombia y en Paraguay cuentan cómo se vive la pandemia desatada por la enfermedad del COVID-19 en sus comunidades, las dificultades que atraviesan y las implicancias del aislamiento.

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El aislamiento en comunidad es una suerte de oxímoron que se manifiesta en muchos lugares de América Latina. En dos territorios tan distantes entre sí y tan diferentes, comunidades y mujeres se organizan para resistir frente al avance del coronavirus y proteger su legado cultural y su tradición, que tiene elementos que comparten casi todas las culturas indígenas de la región: la armonía con la naturaleza y la vida en comunidad.

Un diagnóstico de la situación de las comunidades arhuacas en Colombia

“Mi nombre es Lucelly Torres, yo soy de la comunidad Arhuaca de la Sierra Nevada de Santa Marta. Soy una mujer que a muy temprana edad me tocó vestirme de las realidades de mi país y eso me hizo caminar fuerte”. La Sierra Nevada de Santa Marta es una montaña con forma piramidal ubicado al norte de Colombia, al borde de la costa Caribe y cuya cima se encuentra a unos 5.000 metros de altura. Ocupa tres departamentos: el Cesar, la Guajira y el Magdalena. Allí viven cuatro pueblos indígenas: los arhuacos, los wiwas, los kogis y los kankuamos, que en conjunto conforman una población de 30.000 personas.

Lucelly es originaria de las comunidades arhuacas de la parte alta del Magdalena, en donde nace el río Fundación. Para estas comunidades, la llegada del COVID-19 se vivió de forma muy diferente que para las ciudades: “nosotros hemos vivido en aislamiento la mayor parte de nuestra historia”, dice Lucelly, y no solamente se refiere a que la propia geografía del territorio los mantiene lejos del bullicio de las ciudades más cercanas: “creo que hemos sido un poco abandonados por el gobierno. Si no fuera así, tal vez no tocaran tantas luchas”.

Pero ese aislamiento a la vez evitó la expansión descontrolada del coronavirus en las comunidades arhuacas de la Sierra Nevada de Santa Marta. Durante las primeras semanas, no hubo contagios en la zona. Pero sí se implementaron medidas para la restricción de la movilidad entre las propias comunidades. “Sabemos que tenemos un sistema de salud muy débil. Y sabemos que nosotros debemos salvaguardar cada uno nuestras vidas, buscar nuestra propia protección, y quizá por mucho tiempo no vamos a permitir el ingreso de personas ajenas a las comunidades. Sería catastrófico que se nos presente un caso porque no tenemos nada como para poder llevar a cabo la atención y tampoco tenemos mucho conocimiento, no sabríamos cómo manejar la situación y eso sería fatal para los pueblos indígenas”.

Sin embargo, las medidas de aislamiento son las que más han afectado a las comunidades indígenas de esta región. Y esto, según Lucelly, les ha permitido evaluar la situación en que se encuentran sus propias comunidades: “Todo esto está sirviendo como para diagnosticar muchísimas cosas; no literalmente enfermedades, sino cómo el sistema está roto. Los mamos con los que hemos hablado han dicho que es una oportunidad que se ha abierto en medio de nuestro caminar”. Los mamos son guías espirituales, fuente de sabiduría y orientadores de la ley de origen, que, en la cultura arhuaca, es el orden establecido en la naturaleza.

El aislamiento y las mujeres en una comunidad qom en Paraguay

Lejos de las montañas colombianas, el aislamiento también afecta de maneras similares a las comunidades indígenas del Gran Chaco paraguayo. Así cuenta Bernarda Pessoa, mujer indígena qom del Paraguay y lideresa del Colectivo de Mujeres del Gran Chaco Americano. Bernarda habita en Santa Rosa, una comunidad ubicada a 48 kilómetros de Asunción. En esta y otras comunidades y territorios rurales del Gran Chaco paraguayo, el coronavirus no se expandió con la misma velocidad que en las ciudades. No obstante, las medidas de aislamiento que se tomaron a nivel nacional en Paraguay repercutieron en todo el territorio nacional y tuvieron un fuerte impacto en el aspecto económico y en el abastecimiento de las localidades rurales y campesinas.

En esta situación de aislamiento, las comunidades subsisten principalmente con sus propios recursos, a través del trueque colectivo y el intercambio. Bernarda, además, coordina con personas de Asunción el envío de alimentos no perecederos, para compartir con los vecinos. “Acá se comparte todo lo que pueda y por suerte tenemos también frutales, pomelos, que están dando frutos; tenemos también coco, palmitos y pesca que hacen los hombres y las señoras, para que el hambre no llegue a las familias. Este es un trabajo colectivo que estamos realizando acá en la comunidad”. Ante la falta de políticas públicas que alcancen los territorios chaqueños, las comunidades se organizan para abastecerse y asegurar que todas las personas tengan acceso a todos los recursos disponibles.

Bernarda, como lideresa del Colectivo de Mujeres del Gran Chaco, está especialmente atenta a las mujeres indígenas, sus necesidades y las formas en que este aislamiento las afecta. “Las mujeres viven la pandemia con mucho sufrimiento”, dice Bernarda. La mujer indígena, que es la encargada de los cuidados de la familia, muchas veces tiene que enfrentar carencias para sí misma, ya que si la comida falta, “la mujer ya no puede comer porque tiene que darles a sus hijos primero la comida”. Pero, además, las mujeres qom han visto disminuir sus ingresos por otros motivos: “ya no pueden vender sus productos artesanales y tampoco hay trabajo doméstico en los hogares de los no indígenas porque todo está paralizado”.

Bernarda vive con preocupación la situación de las mujeres de su comunidad y de otras comunidades indígenas chaqueñas: “Es una situación muy delicada la que estamos viviendo y sobreviviendo en nuestro territorio paraguayo. Uno, porque la mujer ya no puede rebuscarse para traer alimento a su hogar, y otro, porque es muy difícil el acceso a la buena calidad de la salud. Además, las instituciones educativas están cerradas también y no están llegando los kits alimentarios para los estudiantes. Entonces, las mujeres son las que hacen todo lo posible para buscar el alimento para sus hogares”.

La resiliencia de la mujer indígena

Tanto Lucelly, en Colombia, como Bernarda, en Paraguay, coinciden en que todavía hay un largo camino por recorrer para el reconocimiento de los derechos de las mujeres indígenas. Según Lucelly, este aislamiento expone la fragilidad de los derechos de las niñas, los niños y las mujeres: “están muy flexibles, muy débiles”. Por esto, Lucelly lidera Wirakoku, una organización que trabaja por los derechos de las mujeres indígenas de la región y les brinda herramientas para que puedan adquirir autonomía económica.

Las mujeres arhuacas manejan el arte tradicional del tejido. Ellas elaboran unas mochilas con unos diseños geométricos que encierran la sabiduría ancestral de la cultura arhuaca, su pensamiento matemático, estético y simbólico acerca del mundo y la naturaleza. Estos tejidos representan el patrimonio cultural del pueblo arhuaco, cuyo saber es transmitido de madres a hijas, de mujeres a mujeres: “A través de nuestros tejidos mostramos una cosmogonía; hay todo un historial en el tejido de las mochilas. Nosotros tenemos unos códigos que dejó Atinaboba, quien diseñó el arte del tejido. Estos códigos hablan de la realidad de las comunidades con respecto a la naturaleza, los animales. Entonces yo pensé en que era algo muy bonito que podíamos compartir con las comunidades occidentales, con las personas a quienes les interesaran nuestras mochilas, pero dando a conocer el trabajo que hay detrás de ellas”. Lucelly busca revalorizar el trabajo de las mujeres arhuacas y dar a conocer su cultura y sus raíces.

Las mujeres qom también poseen una sabiduría ancestral que se transmite de generación en generación y que tiene que ver con su relación con la naturaleza. En especial, en el contexto de esta pandemia, Bernarda señala la importancia de la medicina natural: “Muchas mujeres en la comunidad son médicas y se cuidan entre ellas”. La medicina natural se basa en el conocimiento de las plantas y sus efectos medicinales en el cuerpo humano, y las mujeres médicas de las que habla Bernarda poseen este conocimiento, que ellas ejercen y transmiten. “Seguramente hay cura dentro del bosque, la selva, el agua”, dice Bernarda. “Las medicinas naturales son muy poderosas y no se compran, se consiguen entre nosotras. Por esto, escuchar a nuestros abuelos y abuelas chamanes y chamanas que hay en la comunidad significa mucho para la subsistencia de los pueblos. Es muy importante tener esta visión y el valor de volver a nuestras raíces”.

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