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Sobre oficios invisibles: La cocina y la canción

27 Agosto 2020

Todo oficio tiene un arte, una imaginería y disciplina, un lenguaje y su propio caos. Las fuentes para conseguir los ingredientes para cocinar una canción son infinitos: la historia, la poesía, la música. Las influencias y el sufrimiento, la contingencia de la tribu, lo íntimo y lo político.

Andrés González... >
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Hacer canciones es como otra forma de cocinar o al revés, cocinar tiene su música y poética, su rito. Es tradición y contingencia. Hay necesidad y más aún deseo. Hay acumulación de experiencias escritas o ingredientes pero a la vez revolución. ¿Qué hambre sacia el canto?

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Cuando la melodía deja el cuerpo puede habitarte o seguir su viaje. Todo oficio tiene un arte, una imaginería y disciplina, un lenguaje y su propio caos. Las fuentes para conseguir los ingredientes de una canción son infinitas. La historia, la poesía, la música. Las influencias y el sufrimiento, la contingencia de la tribu, lo íntimo y lo político.

El laburo es encontrar síntesis donde se plasme la identidad. Hacer canciones es una militancia y espiritualidad. Los territorios están poblados de cantores que brotan desde distintos sitios, cantando diversas realidades. El Maule y sus ríos direccionan también cantos cosmopolitas o enraizados hasta el fondo de la greda.

Cada cual buscando ingredientes y elementos en innumerables fuentes. Una película, una olla común, un juego, un libro, el amor, el odio, la dignidad. El arte también tiene sus recetas ya probadas.

Cada elemento ejerce también su magia sobre quien intenta la alquima: ya sea cocinar o cantar. Ese riesgo hay que correr: El potencial de jugar con fuego. Probar nuevas recetas como lo hicieron en algún momento quienes se volvieron tradición.

Valorar los caminos trazados para aprender a trazar los propios. Tomar atajos o extraviarse, por eso es un riesgo. Conocer y gozar la armonía, la métrica, los ritmos y liricas pero también buscar un nuevo sabor. Un alimento fresco para la imaginación.

Hace un tiempo una yerbatera mayor me contó que después de la cosecha, secaba a fuego muy lento los ramilletes bajo el brasero. Así las hojas no perdían sus almas…

Mi brujo me recomienda ciertos aliños, cebar el mate para un desaparecido, que no pierda la capacidad de asombro, la mirada de niño, que mueva el dibujo del acorde por el diapasón sin pensar, mas sentir sus notas comunes, abrirse al disonante, que ponga ajo en las uñas para endurecerlas, que así no se quiebran ante la furia de un rasgueo.

A la vez, cuidar la sutileza de los arpegios. Que trabaje la afinación de mi voz y que recuerde las lentejas de mi abuela, que lea a los escritores muertos y a los presentes, pero sobre todo que escuche a quienes habitan y viven poéticamente sin saber ni proponérselo. Porque la lluvia se llevará nuestras caras y así después podremos arrojarnos con todo el pecho hacia el silencio.

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