Wetripantu y la noche de San Juan, un relato de despojo

25 Junio 2020

La región de Maule antes que existiese como tal fue el límite por mucho tiempo entre las huestes españolas y la población indígena original. En este contexto, los colonizadores cubrieron una práctica tradicional del mundo indígena con esta cristiana festividad.

Camilo Farías >
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La noche de San Juan siempre me lleva a algún momento de mi niñez en los fríos inviernos de la precordillera de San Clemente, donde mi padre me contaba historias sacadas de algún baúl de misterios, con prácticas secretísimas para realizar esa noche del 23 de junio pero que por una u otra razón jamás realizamos como familia, aun cuando teníamos en nuestro patio una higuera viejísima y la guitarra de mi madre para encontrarnos con el innombrable, nunca lo quisimos hacer.

Al pasar el tiempo y con una relación bien apegada a las historias y prácticas del mundo mapuche a raíz de mi experiencia profesional y de las amistades que he enraizado durante estos años, supe que la noche de San Juan solo es un manto echado hace mucho mucho tiempo por ajenos a esta tierra, cubriendo una práctica tradicional del mundo indígena que dista mucho de las tradiciones católicas-apostólicas-romanas impuestas.

Marcada por una ruptura en la relación del tiempo y el espacio, del inicio de una nueva era a través de la llegada del solsticio de Invierno, de la posibilidad de comenzar este ciclo con todo el Newen, pidiendo a los ancestros que traigan buenaventuras y por supuesto, solicitando los permisos correspondientes a los espíritus tutelares de la naturaleza (Ngen-Winkul); de esto y mucho más cuenta el relato del Wetripantu, o traducido del Chedungun “Nueva Salida del Sol”, que configura para el ideario mapuche el verdadero año nuevo.

La región de Maule antes que existiese como tal fue el límite por mucho tiempo entre las huestes españolas y la población indígena original, por tanto desde los primeros momentos del establecimiento de la bandera “evangelizadora” en nuestro territorio, entraron en pugna condiciones humanas, sociales y por sobre todo culturales que dieron como producto al incipiente Criollo, Mestizo o Champurria según del lado que queramos verlo.

En esta lucha de símbolos de vida la población indígena sobreviviente y encomendada (concepto maquillado para no asumir la esclavitud), logró la forma de mantener prácticas rituales y sentidos de identidad hacia nuestro presente, haciendo de la pertenencia a un grupo diferenciado del chileno la mejor forma de levantar nuevamente las banderas, los rewes, los palines y los ruegos desde ellos hacia ellos.

Por eso el traer la emancipación del Wetripantu y dejar la noche de San Juan como justificación de un silenciamiento es honrar la memoria de esos primeros habitantes del Maule, de la mano de obra que cimentó la instalación de un imperio, de las ñañas que fueron las madres de los nuevos habitantes y nuestros lejanos ancestros directos, es hacer justicia de tantos y tantas que han sido perseguidos por ser fieles a una forma de ver las cosas de manera diferente, a los troncos de linaje que son propios de esta tierra y es necesario siempre ponerlos como evidencia de una resistencia larga pero duradera, los Lupallante, los Quitral, los Calquin, los Maripangui, los Millacura, los Llanca, los Carbullanca, los Carbullaroca, los Catrileo, los Vilo, los Huenuleo, entre otras.