[Opinión] El gobierno en llamas: Anticipar escenarios es básico para no errar

01 Febrero 2017

La cadena de tropiezos consumados por el ejecutivo, son el corolario de una deflagración anterior a la trágica sucesión de incendios forestales.

Juan José Alfaro >
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Hace mucho tiempo que un incendio subterráneo, escondía la fragilidad de un gobierno que en cada uno de sus actos convertía en ceniza el pasado, en un rito refundacional que pretendía rencauzar el tranco de un país que aceleraba a fondo, como líder de un continente, una contradicción empírica de un conglomerado político que no supo entender cuáles fueron las razones de su derrota, obteniendo como conclusión que todo lo obrado por ellos mismos no era digno de reconocimiento y por tanto se hacía un deber escuchar a la ciudadanía, como si gobernar fuera una agenda social de buenas intenciones, y no un balance entre el ideal y lo posible.

Cada vez que una catástrofe se cruza en el itinerario del gobierno de Michelle Bachelet, saltan a la vista sus limitaciones de liderazgo, como si el miedo a reconocer la magnitud de la mismo la paralizara, un ocultamiento que solo cede terreno cuando la realidad desborda las fronteras del control político y las llamas incendian su inacción.

Existe una manía por agregarle peso al Estado, y después nadie se hace cargo de ese sobrepeso, ni siquiera el gobierno que las oficia de conductor; rueda con la lentitud de la trascendencia para las urgencias, y con la rapidez de la improvisación para el largo plazo.

El protocolo de lo público consume tiempo valioso, un tiempo donde el dolor se asoma por los poros de un país que no se consuela con un monitoreo constante de la situación, sino que, con una intervención profunda, que devuelva la calma a una población que ve su mundo consumido en un instante.

Aceptar ayuda no significa ningún acto de rendición, ni escrutinio público de incapacidades, al revés, habla bien de quien toma el mando en un momento crítico, porque es capaz de tener una perspectiva amplia de lo que enfrenta, en cambio, quien abusa del autarquismo dimensiona por anticipado la extensión de su inoperancia.

Los gobiernos pasan y las instituciones funcionan se dice al pasar, pero éstas últimas son radiografías de sus líderes, y cuando ellos en vez de funcionar se fraccionan, las grietas que dejan sus pasos son profundas, a tal punto de horadar los cimientos de las mismas.

No resultan gratuitos los gobiernos bienintencionados, cuyos resultados concretos son mediocres; el costo es alto, porque se resigna la capacidad de un conjunto, en beneficio de la ideología de moda, cuando un país no necesita para su éxito marcar “tendencia”, sino que trascender en la medida que escale su estabilidad.