Opinión: “Nunca más en Chile”: El Golpe tras 40 años

07 Septiembre 2013

Por fortuna, aún cuando nuestras instituciones e inclusos nuestros nobles representantes no han crecido como muchos lo quisiéramos, existen las nuevas generaciones

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* Por Bernarda Jorquera, Geógrafa de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Master en gestión de Sistemas Ambientales y Master en Políticas Sociales

No creo recordar otro decenio que despertará tanto interés respecto al Golpe de Estado como éste. Son varios los programas de televisión, entrevistas e incluso publicaciones de libros que hacen alusión a este “mucho más que triste” episodio de la historia chilena. Sin embargo, aún cuando se agradece recordar la historia, mucho de esta mediatización y del ensalzamiento de los tan mentados valores de “democracia y libertad”, que para ser bien honestos poco tienen de tradición; me parece que nos seguimos quedando cortos en la conclusión y el aprendizaje.

Ciertos pasajes, reconstrucciones e incluso gestos de algunos ex adeptos (pues muchos ya se han retractado, se hacen los lesos o acusan a su escasa edad para defenderse de algo que al parecer, al menos al parecer vergüenza les causa) carecen de elementos que, a mi juicio, no debieran estar ausentes, como la ética, valores y principios. Sin quererlo, espero, ciertos programas nos muestran el clima de “caos” que parecía imperar en los días previos al golpe, justificando –insisto- ojalá sin intención, que ante esta situación de violencia interna se dejase caer aún más violencia, pero no una violencia cualquiera, sino la peor de las violencias, la violencia de Estado.

No logro imaginar un programa de televisión alemán que pudiera pasar revista al período nefasto de su historia, indicando que los judíos estaban concentrando las riquezas del país o que eran un pueblo tacaño, mezquino o que profesaban otra religión y que la crisis de los 30, más otros tantos acontecimientos indirectamente, provocaron el genocidio por parte de los nazis. No creo tampoco, que el Estado Alemán tenga dentro de sus funcionarios públicos, puestos de trabajos pagados con el dinero de todos sus ciudadanos, personas (profesionales, militares, etc.) que hayan participado de manera directa del gobierno de  Hitler.

Me es difícil concebir que la vida de las personas no tenga siempre el mismo valor o que las palabras “justicia”, “solidaridad”, “DDHH”, pasen por largos períodos de amnesia en algunas personas o que los valores “democráticos” de un país sean defendibles a través de un golpe de Estado.

Y pasa que, entre tanta parafernálica conmemoración del Golpe al inicio del mes de la Patria, donde las “grandes y nobles” tradiciones nacionales reaparecen con fuerza elevándose hasta los cielos junto a los bellos volantines, es normal preguntarse ¿en qué estamos hoy?, ¿dónde está cada cuál?,  pero sobretodo ¿dónde y en qué está el Estado chileno?. Y ahí se me viene como una sombra, cierta depresión primaveral, al observar cómo repetimos aquellos pecados de los que decimos arrepentirnos. Basta mirar el conflicto Mapuche, la aplicación de la ley de seguridad interior del Estado, más y más leyes con atribuciones extraordinarias para las policías (en vez de reforzar los derechos de las personas), los asesinatos sin culpables. Y cuando creíamos que ya nada nos sorprendía, nos quedamos sin aliento (como hincha de equipo al cual apenas le hacen un gol de media cancha), cuando a partir de leyes “democráticas”, aún por fortuna en proyecto, quieren privatizar las semillas de los alimentos; semillas que por años bastaba guardar y volver a cultivar y cuyas únicas “mutaciones genéticas” fueron nada más que el fruto de su adaptación natural al medio.

Por fortuna, aún cuando nuestras instituciones e inclusos nuestros nobles representantes no han crecido como muchos lo quisiéramos, existen las nuevas generaciones, existen nuevos movimientos ciudadanos, existe una transversalidad de temas que más allá de las antiguas divisiones partidistas, están verdaderamente ancladas sobre los valores y principios de la libertad, los derechos, la inclusión, la horizontalidad, la justicia social, económica y ambiental, la defensa de la vida , la no violencia, el reparto equitativo de los beneficios del “desarrollo”, el respeto, la diversidad, el cuidado y no maltrato de animales, la defensa de los recursos naturales, etc, etc, etc. Ellos, al principio, unos “locos y locas bonitos”, nos han ido contagiando, nos enseñan en el cotidiano y ganan fuerza y adeptos día a día. Ayudémoslos y ayudémosnos a que no sean sólo sueños de juventud o movimientos sociales pasajeros; sino que contribuyan a refundar un país sobre verdaderos valores de democracia y libertad, para que de verdad, como decía una canción: “nunca más en Chile”